Vistas opuestas de Granada Andalusí
“Nada Como la pena de ser ciego en Granada” -Anónimo-
Hasta donde puedo desear, yo debería haber sido capaz de ser un gentil en Granada Pero, impregnado por esa luminosa hondura que late blanca, sublime, arrogante; extasiado por esa intensidad perfumada que rezuman sus Cármenes, eclipsado por su mágico legado que me hechizó la mirada enfermándola hasta exhalar la ansiedad de abrir más y más mis ojos exaltando con gozo lo contemplado, como si siempre hubiera sido mía. La amalgama de mil aromas con el azahar y el romero, ejerce tal influjo sobre mí que va más allá de la escritura no consigo dar cuenta de un lugar sino de un tiempo, una sensación de donde solo es posible regresar a través de la tremenda cosmovisión andalusí del mundo, presencia emocional que aunque, aparentemente, no existe reaparece atravesada por el murmullo del agua, dos ríos el Genil y el Darro derramándose bajo nuestros pies hacia insospechados aljibes, adornados de flores y alimentando multitud de acequias imposibles, esos empinados escalones del antiguo arrabal judío, el Realejo o esa arquitectura de raíces moriscas del Albayzin y presidiéndolo todo ELLA, subyugante, amante altiva que se sabe bella, eterna. Al contemplarla, es tal el destello de ese instante que nubla todas las formas imaginadas, una vez dentro, repentinamente desaparece, como si dejase de existir el excelso paisaje que la envuelve, te posee como una Belladonna, da la impresión que ella lo sabe y lo que deseas es que no se acabe nunca, dejarte arrullar por su firmamento, abandonarte al placer de permanecer eternamente ahí, enmudecido, paralizado; impresiona esa dulce armonía en medio de tanta lujuria nazarí, embruja tus sentidos de tal manera que intuyes que solo existe una posibilidad de salir allí; la mía se produjo al escuchar, abajo en la lejanía, los arpegios flamencos de una guitarra acompañando un quejío gitano en el Paseo de los Tristes, santo lugar para aquellos que llevamos sin llorar mucho tiempo...