Tengo los dedos rotos de huir del estilo escurriendo mis ocurrencias episcopales por los frágiles huesos de la hermeneútica, sin atender los ruegos de las reglas de puntuación, como la indolencia expresiva de una cabeza indígena olfateando los matices en los cuadros de Basquiat, renunciando a los laberintos inacábados de la contemplación y resistiendo en los hábitos de la piel contagiada por una escritura salvaje lamiéndose el punto y la coma con el mismo instinto que la innata habilidad que mostramos con la boca cuando sorbemos de forma impulsiva el cucurucho de un delicioso helado al limón desbordándose, ahogándonos en busca de aire, al mismo tiempo que reavivamos la lengua salpicándolo todo, boqueando con placer, de forma incontinente; decostruyendo las frases sin el pudor ni la vanidad del suicidio literal que supone ensalzar con epítetos, sin ensamblar, sombras extraviadas por la, aún, arcilla fresca del derroche en la última frase que crece y crece voluptuosamente, mediante el fútil subterfugio del equivoco o la insesated para pulverizar la eficacia del artificio y acabar precipitándose en la algarabía de la erudición. Puro veneno para el enfermizo suplicio creativo y el afán prodigioso de la vanidad.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario